Curiosidades ornitológicas, volumen 1

Concluimos un día de pajareo un tanto frustrado por no haber visto las avutardas en todo el día. También era lógico, empezamos a andar con el grupo de la SEO a las 12 de la mañana, rompiendo así con la lógica ornitológica y la práctica elemental del buen observador de aves. Ninguna observación destacable, salvo tal vez un buitre negro en vuelo bajo. Ya por la tarde, con el grupo de birdwatching huido hacia su dormidero en el albergue del Muriano, aprovechamos para hacer un recorrido inédito, medio estepario medio forestal. Junto con la visión de un par de críalos, cuyo vuelo recordaba al Halcón Milenario, un elanio azul, un par de andarríos grandes, y una hembra de pechiazul que difícilmente se dejaba identificar con el fondo del sol en decadencia, descubrimos, para nuestra agradabilísima sorpresa, una nueva colonia de cernícalo primilla, con al menos tres machotes por allí pululando.

Avanzando hacia la guarida de las perdiceras, objetivo último de la ruta, allí estaba, en mitad del camino, la abubilla, dándose un baño de multitudes. De multitud de granos de arenilla que invadían todo su cuerpo, cara incluida, desparasitándose con total descaro, como queriendo limpiar su imagen de pestilente ave. Y es que nuestras amigas upupas concentran excrementos malolientes en el nido con el loable objetivo de que nadie pueda osar siquiera acercarse y evitar la tentativa de la depredación. Las mamás abubillas pueden incluso disparar un chorro hediondo producido por una glándula que tiene en la base de la cola.

Su repugnante estrategia defensiva puede servir incluso para todo lo contrario: localizar los nidos dejándose llevar por la bruma fétida. Toda una contradicción porque ¿te has parado alguna vez a contemplar toda la belleza que encierra una abubilla?

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