Las avefrías, un valor (añadido) del paisaje

Llegan por fin las primeras lluvias y con ellas los primeros conatos de rasca. Ya era hora. Estamos ya prácticamente en noviembre y todavía andurreamos por el campo en manga corta. No… si al final va a ser verdad lo del cambio climático.

El agua cambia el paisaje, sin lugar a duda lo embellece, le imprime, si cabe, más vida. Sonido, color, olor en nuestros montes y campiñas. Un agua, que si tiene la generosidad de caer bien, apenas causará daño alguno en el terreno. La irreparable pérdida de suelos es uno de los principales problemas ambientales al que nos enfrentamos. Por el momento, la batalla la estamos perdiendo.

La lluvia y el frío marcan su territorio en el almanaque. Los campos se mueren de ganas por verdear, esperando ansiosos las primeras gotas, que se hacen de rogar. Hasta que irrumpen por fin los pastos, el manjar del ganado y el sueño del ganadero. Allí estarán atentas las ovejas que, sabiamente (es un decir) aprovechan la otoñada de los majadales junto a las retamas, chivatas inequívocas del trazado de los caminos de carne.

[foto: Juan Aragonés]

Y con las merinas, toda una cohorte de visitantes alados que, como todos los años, abandonan sus lugares de cría para pasar la estación fría y lluviosa con nosotros. Decenas de miles de kilómetros atravesando países y continentes para dignarse a pasar la navidad por aquí. La avefría es uno de ellos. Está entre mis pájaros favoritos, me fascina observarla en los baldíos del norte de la provincia, su llamativo contraste blanco y negro, y su vuelo siempre elegante. Me intriga el comportamiento terráqueo de este pájaro originalmente acuático.

Nunca antes la cultura popular ha tenido tanto acierto en colocarle un nombre a un bicho.

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