La humanización de los pájaros

Quién me iba a decir que los Sotos de la Albolafia, por cuya declaración como espacio natural protegido peleamos en la extinta GODESA, se iba a convertir en un comedero de patos. Las inmediaciones del molino de San Antonio, o aula de la naturaleza en periodo de hibernación, es un lugar muy frecuentado por todo tipo de gente que se acerca al río a ver y dar de comer a los patos. Tal vez sea la metodología de educación ambiental más efectiva que pudiéramos imaginar. La realidad, de nuevo, ha superado todo tipo de planificación y proyección educativa de las no pocas que se han escrito en torno a este espacio fluvial.

El comedero de patos de la Calahorra concentra bastantes ejemplares de ánade real, una especie que en su estado natural, como éste, no es especialmente tolerante a la presencia humana. No es el caso de los patos domésticos, que también llaman la atención, probablemente por su enorme tamaño. Estos animales, que cada vez más son numerosos, están sobrando de ese espacio y tal vez faltando de su lugar de origen, supongo que el zoo.

En todo caso, lo de los patos azulones es relativamente frecuente en muchos otros lugares. Cuando se confían y se les respeta, llegan a perder su timidez que les protege, y se lanzan a la pelea por migajones de pan, pipas y gusanitos, que amablemente lanzan progenitores y abuelos.

Lo que no es tan frecuente es observar junto a la marabunta de patos algunas otras especies como el andarríos chico. Este fin de semana lo he estado viendo a mis pies, como jamás lo he hecho antes. Para el resto de parroquianos, este incesante movedor de cola pasa completamente desapercibido, nadie le echa cuentas. Algunos llegan a insultarle, llamándole “gorrión gordo”. Pero es un andarríos chico, un pájaro que en cuanto lo sorprendes emprende un fugaz vuelo que apenas te deja tiempo para identificarlo.

No exagero cuando digo que se puede fotografiar con el móvil, así que, mis queridos amigos fotógrafos, podéis reventar vuestras Nikon-Canon en ese punto de encuentro en el que se ha convertido la pasarela de la Calahorra. Ahora bien, mucho cuidado con el enfoque, es fácil destrozar la imagen con un trozo de pato blanco.

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