Un espinazo con vida propia



No os lo vais a creer pero, os lo juro, ayer vi una columna vertebral andando por la calle. Iba sola, bueno, acompañada de la cadera, piernas y pies, pero nada más. Lo más alucinante era que todo el mundo lo veía normal, así que de repente creí que me estaba volviendo loco. Pero no, aproveché una fuente cercana y me empapé bien la cara con agua muy fría. Me sequé con el pañuelo y al abrir los ojos, allí continuaba andando, como si tal cosa.

La seguí, claro. Es lo que hubiera hecho cualquiera, supongo. Andaba rápido y por el tamaño calculo que debe pertenecer a una persona de más de treinta años. Cruzó el puente, lleno de turistas que estaban haciendo fotos al río, y ninguno se fijó en ella. No lo entiendo. Se dirigió al casco antiguo y subió hasta el centro. Y pensé, ahora sí, vas a acaparar la atención de todo el mundo, y te van a trincar. Pero no; la gente seguía ignorándola, y yo empecé a cuestionarme seriamente la necesidad de ir a un loquero.

Quise avisar a la policía local, pero para qué, me dije, si aquí nadie le hace el más mínimo caso. Así que continué tras sus pasos, eso sí, a cierta distancia, aunque no sé muy bien por qué, no tiene ojos y no puede verme, pensé al momento. Haciéndose paso por la muchedumbre que a esas horas va de compras o al trabajo, llegó hasta el centro de salud. Subió a la segunda planta, puerta 4, traumatología. Empecé a verlo hasta lógico; seguro que tiene un problema de espalda y ha venido al médico. A esa hora no había nadie, así que entró a la consulta.

Me quedé esperando un buen rato en el pasillo a ver si aparecía. La curiosidad me comía. Pero pasaba el tiempo y allí no salía ni entraba nadie, así que cuando llevaba tres horas me atreví a tocar en la puerta. ¿Se puede?, adelante, me dijo una voz femenina. Entré. No sabía qué decir, así que sobre la marcha me inventé una excusa. Mire usted, es que tengo un problema de espalda y he visto el cartel de la puerta y como no sé a quién preguntar, me he permitido llamarle. ¿Y qué le ocurre?, pues mire, lo cierto es que… me quedé cortado, no sabía continuar. Pero al fin la vi, mi querida columna estaba detrás de la médica, sujeta de un hierro a modo de expositor, de donde jamás tenía que haber salido.

Continuará… o no.