La Santa Compaña

Aquel día decidí madrugar, no había dormido bien en toda la noche y deseaba que la luz se filtrara al fin por la tosca persiana de plástico disimulado. La primera exhalación del frescor otoñal hacía presagiar un día gélido, de esos que a mí me gustan. Pero el olor no era el habitual. El inconfundible aroma de la madera quemada me transportó de inmediato a los pueblos serranos, aprisionados por la insolencia de un atardecer invernal.

La menguante oscuridad no pudo con mis miedos, a pesar de que la noche anterior me ensalcé en la lectura del Corteju de Genti de Muerti. Sin pensármelo dos veces, me calcé de cuerpo entero y me dirigí como un zombi hacia mi cotidiano destino, el río.

Y allí, la terrible sorpresa, un grupo de ánimas prendían varias hogueras; sin duda presagiaban el destino final de todo lo viviente. No cabía ninguna duda, la Santa Compaña en pleno se había reunido horas atrás; y ahora, con su uniforme y sus antorchas, peregrinaban junto al Guadalquivir arrasando cualquier atisbo de vida.

Se llevó el alma del río.

Sotos de la Albolafia (7/nov/2013)