El patito feo


Nació feo, qué le vamos a hacer. Su padre destacaba por ser el galán del grupo de patos colorados, y su madre, aunque más parduzca, era bastante resultona. Pero él no, nada de bermeja y eréctil cabeza, ni llamativo pico rojo.

Su familia sentía vergüenza y el resto de la comunidad anátida no se atrevía siquiera a referirse a él como poco agraciado. Desagradable, repulsivo, horrendo. Al parecer, el lenguaje de lo políticamente correcto no había llegado a aquella comunidad, y la sinceridad resultaba allí, como en todas partes, bastante dolorosa.

Está hecho de una materia especial, sobre todo ese pico… tan triste, decían sus propios hermanos. Aquel cuerpo, su diseño cefálico con cierto aire de teleñeco, hizo que, a fuerza de repetirlo, se quedase con el insípido apodo.

Materia tuvo una infancia, pues, marcada por las burlas de propios y extraños. Pasó la primavera y el verano como pudo, aislado siempre del resto del grupo. Ni siquiera hizo valer su mayor tamaño frente al choteo. Nació feo, sí, pero pacífico.

Así hasta que con los primeros vientos gélidos, algo en él le decía que tenía que largarse de allí. Mas no se atrevía, al fin y al cabo debía cumplir con sus obligaciones filiales.

El primer día de nieve un grupo de patos tan grandes como él, con su mismo plumaje, e idénticos picos de expresión compungida, se unieron al grupo de bermellones. Doce hermosos eideres, de contrastado plumaje aún, se plantaron delante, ¿te vienes?


Eider. Foto de Dave Taylor, tomada de internet