La Vía Verde de la Campiña

El sábado pasado estuve bicicleteando otra vez por la Vía Verde de la Campiña, trazado del ferrocarril que tuvo su acabose definitivo en 1970 y que unía Córdoba con Marchena. Por eso la gente llamaba a este tren el “Marchenilla”. Me gusta ese itinerario aunque el paisaje sea de campiña pelá y mondá, no sé si por los recuerdos que tengo de pequeño cuando mi padre me llevaba por allí en su cuatro ele, porque el paisaje me da mucha serenidad, por las vistas privilegiadas sobre el Valle del Guadalquivir, porque hay muchos y variados pajarillos… al final me salen motivos más que de sobra.

Su cercanía a Córdoba hace de esta ruta un lugar cómodo para darse un paseo cuando uno es capaz de robarle al día dos o tres horillas. Es un lugar para convivir con uno mismo. También para encontrarte alguna gente. El sábado me crucé con David, un compañero de fatigas ciclistas de cuando correteábamos la provincia a comienzos de los ochenta. Diosss, cómo pasa el tiempo.

Como digo, es un buen lugar para echar los prismáticos y ver paseriformes, sobre todo ahora en el paso migratorio. Para mí, la simbiosis bici-prismáticos resulta espectacular, vamos, que quita el sentío, aleja todos los estreses y te sume en una calma juncohuequizante como no hay otra. Una buena pócima, gratixx total.

Ahora bien, prepárense amiguetes a ir con un buen sillín y contar con cierta habilidad manipuladora del manillar, porque su firme está con carencias significativas. Es fácil dejarse la envoltura gonadal en un descuido, y perder la rueda hundida en una grieta del “asfalto”. Otro consejo: si puedes prolongar el casco hacia la barbilla, mejor, porque cualquier caña de las que por allí abundan (magnífico refugio ornítico, por cierto) te puede cruzar la cara. Los aficionados a la bicicleta en Córdoba se reconocen por la calle cuando se encuentran por la marca transversal de su rostro: ¿qué, de la vía verde, no?.

Ya sé que esto es un poco exagerado, pero vaya a pesar alguien que ni por asomo insinúo que se quiten las cañas. Noooo. Tan sólo propongo limpiar las que invaden con descaro el trazado, básicamente por la integridad de nuestros cuellos y por la virginidad de los caretos.

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