El señor Rui
Como cada tarde, a la vuelta del trabajo paso irremediablemente por el puente de San Rafael, y allí es imposible evitar sacar el pescuezo por la barandilla cementada para ver y oír. Aunque de esto último poco porque el tráfico, que a esas horas está igual de imposible que en otras, domina el paisaje sonoro. Pero hoy he asistido a un duelo insólito que me lleva a escribir estas líneas.
Mientras el estrepitoso y llamativo sonido de una ambulancia, que curiosamente divagaba como si no tuviera prisa, destrozaba lo poco que me queda de oído, abajo, a pie de orilla, un ruiseñor común cantaba desafiante.
El combate estaba servido. Arriba, la nerviosa sirena, abajo, algo más de 16 centímetros de carne chillando desconsoladamente a la búsqueda de compañía. Los dos tenían cuerda para rato, la primera aguantando hasta el sucumbir de la batería, y el segundo dispuesto a trinar día y noche defendiendo su efímero espacio vital. Los viandantes, como siempre, caminando ajenos al espectáculo de la naturaleza.
Por suerte, el sanatorio andante se abrió paso entre la marabunta de chatarra y me dejó, al fin, a solas con el ruiseñor, que junto al Guadalquivir se empeñaba en alegrarme la tarde. Al menos eso creo yo.