El camachuelo trompetero

Ya sucedió con el treparriscos el verano pasado; su enorme dosis de vergüenza a la pose le valió para ganarse el apodo de intreparriscos, animalúzculo al que todavía estoy esperando que se cruce en mi camino. Y no es venganza, no.

El camachuelo trompetero ha hecho lo mismo. Uno se ha informado y disciplinado lo suficiente como para no tener demasiados problemas en darse de bruces con él. Pero no ha sido así. Ha preferido el anonimato o tal vez ha preferido seguir jugando con uno más de los observadores que se afanan en registrar tan curioso animal en sus cuadernos de campo.

Me quedé con las ganas, pues, de escuchar tan particular trompeta, uno de los sonidos inconfundibles de nuestra ornitofauna. Según estudios recientes este fringílido está en cierta expansión en nuestro país, avanza al compás del cambio climático. Será, pues, uno de los pocos seres a los que les venga bien tamaño desatino.

Se sabe que llegó a Almería en los años sesenta, aunque en Canarias ya llevaba asentado desde hace miles de años; y se va viendo también en Granada, Murcia y Alicante, siempre en lugares desérticos, estepas con escasa vegetación, y a ser posible con afloramientos rocosos. Allí permanecen invisibles, por su críptico plumaje y por su poca actividad, rota la más de las veces por la necesidad imperiosa de acudir a algún abrevadero. O sea que verlo, lo que se dice verlo, no es precisamente fácil.

Ya decía yo.