Una tarde de verano
Ayer tarde, en mi cotidiano paseo ocioterapeútico por el río me llamó la atención un grupo de siete niñas de no más de diez años sentadas en corro en el único espacio arenoso de los Sotos de la Albolafia. La dinámica fluvial ha creado una especie de microplaya en la margen izquierda, a veces usada por jóvenes saltarines que se dan cita en ese reducido espacio para ejercitar gemelos y cuádriceps.
Las siete niñas estaban allí, sentadas sobre una tela de
picnic, ajenas al mundo, indiferentes al enclave en el que se encontraban: la
mejor estampa de la ciudad de Córdoba. A su vera, una pata real nadaba contracorriente
junto con sus dos patitos reales; un ruiseñor bastardo se dejó ver en la
despoblada orilla; la garceta volaba rozando la lámina de agua, y un grupo de
jilgueros pasó por las cabezas de los siete infantes, absortos en sus cosas.
Las niñas nada saben de Plataformas Ciudadanas, de Ríos Vivos, de obras forestales, de especies protegidas, del Monumento Natural, de la Confederación Hidrográfica, del Ayuntamiento o de la Junta, de molinos harineros, de museos, … de la historia del gran río de Andalucía. Lo que sí saben muy bien es que ayer por la tarde se lo pasaron como los indios en su particular refugio ribereño, donde probablemente compartieron su imaginativa visión de las cosas, disfrutando de un espacio que no se disfruta.