[BY] - crónica de un charrán
¿Ya
que estamos aquí por qué no nos llegamos a la costa? Del Puerto de la Ragua a
Punta Entinas-Sabinar, con todo el calor, después de comer, con un aparato
digestivo acaparador de toda la sangre posible y claro, invadidos por el sueño.
Así comenzó nuestro periplo a la caza
y captura del charrán común.
Comenzamos
el pajareo por las antiguas salinas cercanas a Roquetas. Y ya lo dijo Bebe antes
que nosotros, “desilusión me ha venido a ver”: más coches que pájaros. Ante tan
ingrata sorpresa, no le dimos la oportunidad al lugar y nos fuimos
precipitadamente, huyendo del gentío y de las tartanas humeantes. Un par de
accesos peatonales nos dieron la oportunidad de disfrutar con canasteras,
flamencos, gaviotas de Audouin, chorlitejos varios y, sobre todo, incansables
charrancitos.
Pero
el charrán no aparecía.
Desde
un mirador natural, con vistas privilegiadas a un enorme charcón cercano a
Almerimar, tuvimos la ocasión de abrirnos las carnes. Allá abajo, en el menos
infinito, volaban bichos que bien podían pasar por charranes. Consigna
inmediata: ¡hay que llegar ahí como sea!. Y dimos con el sitio más pronto que
tarde: nos quedaba poco tiempo de luz para rastrear el humedal. Muy diligentes,
buscamos una de las orillas en las que habíamos intuido estérnidos, y en el
camino, cómo no, un amable paisano con ganas de platicar en exceso nos robó,
sin querer, preciosos minutos, segundos. Pura agonía.
Y
el charrán no aparecía.
Desilusionados,
a mi compañera se le ocurrió quemar los últimos nanosegundos de luz en la cercana
playa. Regreso veloz esquivando al afectuoso paisano que cordialmente nos
acechaba, y obviando delicias aladas que se cruzaban en el camino. En aquellos
minutos, no existía en el mundo otro bicho que el charrán. Al instante encontramos
sin dificultad un buen oteadero desde el que estábamos dispuestos a perder la
visión definitivamente en el ocular del tele.
Pero
el charrán no aparecía.
¡Vámonos
de nuevo para Sierra Nevada!, sentencié. Hemos fracaso otra vez. La semana había
sido infructuosa: nos quedamos sin búho real y sin vencejo cafre, objetivos septenarios.
Pero ese dios en el que nunca he creído hizo su aparición en modo de rayo solar.
Y
el charrán apareció.
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