E.C. Triano


Ya lo escribí en otra ocasión: “Se van los mejores”, frase nada original tomada, además, de una excelente canción de Pedro Guerra, de la que resalto estos versos que suscribo especialmente (como todo lo demás):

Dejándonos solos
Cuidando en los libros su eterno tesoro
De amor e inquietud
Que el dios en quien nunca he creído
Bendiga su luz

Sin ánimo de caer en los tópicos del tipo “amigo de sus amigos”, etc, etc., y que son ciertos, lo que me viene a la cabeza es su sabiduría, la pasión por aprender de y sobre la naturaleza, su alegría y, cómo no, las interminables risas que hemos compartido durante una etapa de nuestras vidas.

Corrían los ochenta cuando un escuálido número de naturalistas de la provincia empezamos a conocernos y a querer saber todo lo que nos había enseñado Félix por la tele, por sus cuadernos de campo, por su Fauna Ibérica. Y ahí estaba Enrique, un escalón, o varios, por encima del resto, hablándonos de complejas relaciones ecológicas cuando nosotros, los godesianos imberbes, aspirábamos en aquel momento a poco más que reconocer a todos los pájaros que veíamos, que no era poco. Y nos cautivó.

Enrique nos introdujo en el “mundo de las separatas”, y en el Centro Cordobés de Estudios Ecológicos, una organización fantasma que lo único que pretendía era acceder a información científica para tratar de estar a la última. Visto desde fuera parecía que éramos algo. Aún recuerdo una tertulia aderezada con aquellos extraños licores que inventaba con plantas subbéticas, en las que nos interpretaba la ornitología en base al coste energético y su relación con el comportamiento de los pájaros. Era la primera vez que oía algo parecido, y mi chip cambió por completo para los restos. Gracias Enrique, te lo debo.

Como te debo el conocimiento de muchos rincones de lo que después fue parque natural, de algunas plantas (pero muy pocas), de pájaros, fósiles, el libro de Jean Dorst, los cerros de separatas por toda la casa, las “alimañías” congeladas en el frigorífico, las plantas prensadas en papel de periódico, los licores y ungüentos repulsivos, el E.C. Triano (te fuiste sin decir qué era la C), los pendientes postmodernos, el arsenal de egagrópilas de lechuza, la vajilla semilimpia, los prismáticos de kilo y medio, las gafas a punto de despeñarse… Y siempre, eso sí, descojonándonos.

Va por ti, maestro.

En el monasterio de Los Angeles... creo, hace una pila de años