Perdiz nival
-¿Has visto
esos tres? -preguntó el más sabio. Los montañeros ascendían
ahora por una de las laderas que culminan al fin en la cima del
Perdiguero. El primero, barbudo por circunstancia, iba marcando el
ritmo, atento a un insinuado sendero la más de las veces perdido. La
segunda, acaso más atlética, se permitía incluso cierto trote
alegre, desafiando la pendiente. Y el tercero, como siempre,
mirándose las puntas de su Salomon o en el mejor de los casos el
culo delantero. -Vamos a darles un susto –apuntó la más pequeña. Rápidamente se colocó atravesando el camino sin que los
caminantes se apercibieran de ello. Cuando llegaron a su altura hizo
un completo despliegue vocal, sobresaltando al cabeza de fila. -Mirad, una perdiz nival. El perdigón, sorprendido más que
asustado, se dio la vuelta y se dirigió a ellos. -¿Cómo me habéis
conocido? Los tres atletas no daban crédito. Tras vencer la
incredulidad inicial, al fin entablaron una charla con el lagópodo y
su grupo, hablando de trivialidades propias de una conversación de
ascensor. Parloteaban y andaban al mismo tiempo hasta que casi sin
darse cuenta llegaron a la cumbre, apátrido lugar, mitad gabacho
mitad torero. Vaya putada de nombre, eh François.