La gorriona feliz


Elsa era un gorrión moruno con una marcada crisis de identidad, aunque ella no lo sabía. Era bien conocida por su ligereza de plumas; digamos que se había convertido en la cortesana de la colonia, enclavada exactamente en plena raya geográfica que divide el artificio extremeño y andaluz.

A simple vista, Elsa era una más de la poblada comunidad de gorriones que desde antaño se habían instalado en los fresnos más viejos y hermosos del río Zújar. Efectivamente, aquella colonia de morunos era la más numerosa del lugar, siempre a la gresca con los comúnmente conocidos como gorriones, atrincherados en la cortijada más próxima.

Las gorrionas de uno y otro lado tenían claro con quien ennoviarse. Elsa no. Le gustaban los más morenitos, pero también se excitaba con la palidez de sus parientes domésticos. Sus devaneos con unos y otros la colocaron en el punto de mira de sus competidoras. Era la más odiada de todas las de su género. No así por los barones, que además sabían que su conocida esterilidad les salvaba de tener que apechugar con la crianza de nuevos gurriatos.

Elsa era una pájara dichosa, siempre estaba acompañada de quien ella quería; su asumida frustrada maternidad la llevaba a jugar en sus ratos de descanso carnal con los más jóvenes. Sus rivales jamás le decían ni pío, pero ella ni siquiera reparaba en ello; su ignorancia le impedía siquiera pensar en que las demás le tuvieran manía.

La moruna se consideraba una gorriona feliz, y lo era, pero no por sus flirteos, como creía, sino por su ignorancia. Como todos.


Foto tomada de la web Enciclopedia virtual
de los vertebrados españoles