Ornitólogos con mala sombra
Erwan era un ornitólogo con clase, pertenecía a esa casta
de camperos hechos a sí mismos que habían alcanzado el siempre difícil
reconocimiento público. Y no era para menos. Se había convertido en el único
naturalista del mundo capaz de censar aves contando las sombras de los pájaros.
Cormoranes, cigüeñas, buitres, gaviotas… pero su especialidad siempre fueron
las ardeidas. Sin prismáticos ni telescopio, con tan sólo una libretilla y un
lápiz las más de las veces roído, era capaz de computar con exactitud distinguiendo
entre los rastros penumbrosos a garcillas, martinetes y garzas.
La primera vez que publicó tan particular metodología de
censo tuvo que aguantar ignominias, comentarios burlescos y toda suerte de
insultos, apelando a una neurosis incurable del susodicho. Erwan se había
preparado anímicamente para ello, sabía con quien se jugaba los cuartos, así
que volvió a insistir, esta vez retando a censadores oficiales, avezados científicos,
sobrados ornitólogos y al mismísimo presidente de la sociedad ornitológica del
país.
- Estoy encantado de acompañar a quien lo desee.
Censaremos las garzas de cualquier lugar, colonias grandes, pequeñas o
medianas. A gusto del retador.
Con exactitud milimétrica, los resultados asombraron a
los más agnósticos en la cuestión, que de esta forma validaron y rendieron
pleitesía a la nueva leyenda de la ornitología patria. Erwan, de marcado humor
tarantinoide y montypythoniano de pro, gustaba de asistir a los congresos
internacionales de pajareros. Allí se sentaba en un apartado rincón desde el
que, aparentemente abstraído, observaba las penumbras de los asistentes. En
pocos minutos advirtió lo que siempre había intuido: había personas con mala
sombra y no pocas sin sombra, incluidas algunas de admitido prestigio.