De hubaras y corredores

En estos casos, si quieres tener una mínima posibilidad de triunfar no te queda otra que pegarte un madrugón. Y no fue así. El día de antes, los viajeros, en pleno uso de sus facultades, se habían dado la natural paliza propia de la profesión, así que los cuerpos humanos no estaban para mañanear demasiado. A las diez, pues, chispa más o menos, en un día nuboso, comenzaron la caminata por el Jable de Famara, un secarral como dios manda. El primer trayecto fue completamente estéril, casi tanto como la inmensa llanura, pero en el recorrido de regreso, con la moral hundida, más bien ya sin moral, algo se movió a lo lejos. Resultó ser, de nuevo, el omnipresente bisbita caminero, valorado cada vez menos, pero allá a lo lejos, con la silueta recortada de los coches que discurrían por la carretera, algo más conspicuo parecía dejarse ver.

Los verdes ojos de la observadora, a la que no se le pasa ni los insectos, la localizó al segundo. Efectivamente era el bicho objetivo de la excursión, una magnífica hubara estaba pastando con otra en una zona especialmente llana. Por supuesto, ambas visualizaron a los pajareros  mucho antes, pero eso no importaba, había bastante tierra por medio.

La recreación de la observación dio de sí para hacer un barrido por derredor, y en esta ocasión Murphy quiso estar de parte de los excursionistas. Varias figuras del color de los campiñeses barbechos caminaban velozmente. No podía ser otra cosa que corredores saharianos. El primero hallado condujo a un segundo y éste a un tercero, y así hasta 13 pájaros que se afanaban en buscar algo para amenizar el desayuno.

Corredor, hubara, hubara, corredor, tanto monta, son suficientes como para compensar sobradamente la pobreza ornitológica en especies que la isla lanzaroteña ofreció.

Ea.