Sisón, ave del año, por fin
Aquella
noche dormi mal. No puedo decir que fuera en blanco, mentiría, pero
sí harto incómoda. Ciertos tintes obsesivos se adueñaron muy
pronto de mi mente ante la posibilidad de no oír el odiado
despertador. Había quedado muy temprano, a esa hora en la que los
murciélagos campan a sus anchas por la ciudad y los mirlos
permanecen hiperactivos aprovechando la luz de las farolas. Por
delante me esperaba un día lleno de sorpresas, o al menos esas eran
mis expectativas. Me enfrentaba nada menos que a mi primer censo de
avutarda.
No recuerdo
su número ni siquiera el lugar donde lo apunté, da igual, pero
jamás olvidaré que ese día vi el bando más grande de sisones de
toda mi vida pajarera. Pasaba la centena, eso sí lo sé, un grupo
enorme que pastaba entre las incipientes siembras de lo que antaño
fue la laguna más importante de la comarca.
Desde aquel
día, y de eso ya hace bastantes años, he pasado por aquel paraje y
otros cercanos en los que los sisones siempre han alegrado el paisaje
visual y sonoro. Jamás he vuelto a ver un número de ejemplares tan
numeroso. A lo sumo algunos individuos dispersos, afortunadamente
desconfiados.
El sisón
ha desaparecido ya de mi mapa del mundo en el que me nutrí y aprendí
de lo natural. En contados enclaves quedan ya, tal vez contando los
días para que un milagro del altísimo evite lo inevitable.
[El último bando de sisones, visto hace una semana] |