¡Bótame gorrión!
Hola, me llamo MTH Hardcore, y vengo de Estados Unidos.
Sí, ya lo sé, dirás que es un nombre muy raro, pero es que soy un bote de
pintura. Bueno, en realidad soy un spray de pintura sintética, Montana Colors
para más inri. Me diseñaron en 1995, y de los 100 colores de la gama a mí me ha
tocado el rojo metálico. Me gusta ser rojo, me siento muy a gusto cuando me
rocían en una pared y se puede ver con toda plenitud mi poderío metálico. Lo
malo es que duro muy poco, con solo un dibujo un poco grande ya muero.
Ayer fallecí. Fue mi último día de trabajo y de
existencia. Así que hoy me encuentro aquí colgado de un cable de la luz, unido
con un colega que no quiere hablar conmigo. Mi obligado compañero es verde, de
un tono, la verdad, bastante cateto. Por eso, al verme tan fashion, igual se siente intimidado para entablar amistad conmigo.
Una tontería, en realidad, porque estamos condenados a entendernos, al menos
hasta que la cuerda que nos une se pudra y se rompa.
Mi vida ha pasado en un instante de la excitación al
aburrimiento; supongo que eso le pasará a más de uno. Al menos desde aquí
arriba sigo las historias de la muchedumbre. Estoy al corriente de todos los
cotilleos y de los movimientos que hace la gente que, encerrada en su rutina,
ni siquiera reparan en mirar hacia arriba y verme. Así que a pesar del
desparpajo con el que estamos colgados, pasamos desapercibidos. Salvo para los
pájaros.
Ayer se posó a mi lado un cernícalo vulgar. Me dijo que
estaba buscando canarios enjaulados para papeárselos. Los vecinos están muy
mosqueados con lo que para ellos es un misterio. De vez en cuando desaparecen
los encarcelados fringílidos, dejando sólo la cabeza en el interior de la
jaula. «Cuando te descubran, le dije al halconcillo, van a ir a por ti, y esta
gente es muy burra, así que te trincarán. Creo que lo mejor es que te largues a
otro barrio».
Alguna blanca paloma también se posa en el cable, pero
son muy aburridas; no quieren cuentas nada más que con los palomos, que siempre
están sacando pecho y arrullando. Cuando empiezan con los pasteleos, los echo
de aquí, pero me ignoran y me tengo que aguantar.
foto: Miguel Carrasco |
Los gorriones, sin embargo, son mucho más divertidos.
Vienen todos los días a visitarme, me dan conversación y me recreo con sus
travesuras. Los he convencido para que poco a poco vayan picando la cuerda que
me sostiene. No aguanto más a mi aburrido y verdoso compañero, y me quiero
separar de este matrimonio forzado. Prefiero la incertidumbre, cuando caiga a
la calle, a seguir tambaleándome. El viento me marea.
Con el tiempo, los gorriones consiguieron liberarlo; nuestro
charlatán bote cayó a la concurrida calzada, y el primer coche que pasó lo
aplastó sin piedad. Quedó laminado. Su callado compañero, sin embargo, fue
recogido por un joven que, entusiasmado porque aún le quedaba algo de pintura,
se lo llevó a su garaje.
Asco de vida.