Historias de aguiluchos



Sudán, 23 diciembre 2012. En el ajetreado valle del Nilo, los aguiluchos cenizos venidos de la vieja Europa se concentran allá donde proliferan los ratoncillos y aves de mediano tamaño. A la hora de criar serán muy coloniales, pero lo cierto es que ahora cada uno va a su bola, sobreviviendo al invierno como buenamente puede. Apenas se dirigen la palabra; salvo dos más jovencillos que parecen enfrascarse en una disputa.

- La he visto yo antes, y es mía.
- Ni lo sueñes, chaval. Ya he estado charlando con ella cuando viajábamos hacia aquí. Es más, hemos dormido junto en Marruecos y Argelia.
- ¿Y qué? ¿Acaso no te has dado cuenta de que no me quita ojo?

La aguilucha motivo de gresca entre los dos machitos estaba pendiente de todo. Apreciaba a sus dos amigos, y no quería que por un subidón de testosterona los dos gallitos acabaran desgarrados. Así que a la caída de la tarde, aprovechando la tranquilidad del crepúsculo, se dirigió a ambos. «Os he estado viendo todo el día y no me gusta nada vuestra actitud», les dijo. «Tengo aprecio por los dos, lo sabéis, así que no puedo permitir la violencia entre vosotros. Os propongo un trato: este año me reproduciré con aquel que llegue antes a los trigales de Fuente Obejuna. Allí nací y allí volveré para criar a mis hijos. Yo saldré antes que vosotros, llegaré al Guadiato a mediados de marzo. Espero al más rápido».

El trato se cerró y la joven hembra partió rumbo a Iberia, a esperar. El día convenido los dos aguiluchos volaron veloces para atravesar de abajo a arriba el mapamundi. Pero el mes de abril estaba al caer, y ninguno de los dos llegaba a su destino. Ella empezó a preocuparse. Pasó el tiempo y el día veintitrés aparecieron, al fin, los dos a la vez, exhaustos, flacos, algo desplumados y muertos de hambre.

Pero la aguilucha ya había perdido la efervescencia hormonal. Los días para el apareamiento se habían agotado, y además los dos espantajos recién llegados no estaban para revolcones. Lamentó dejar pasar un par de ocasiones para el amor con sendos pájaros muy lustrosos; ella, fiel a su palabra, estaba dispuesta a darse solo al campeón. Pero eso será en otra ocasión, porque que este año, desde luego, le ha caído un buen cenizo.

Moraleja…. tú mismo (o misma…. o mismamente).