Un estrepitoso fracaso
El doctor Wooldrook llegó un poco mareado. El viaje en avión
le resultó bastante largo y tortuoso, y el aterrizaje, aderezado por un fuerte viento
del este, acrecentó la sensación de nausea contenida. En el aeropuerto estaba
esperándole el joven profesor de la universidad en la que el mayor experto
mundial en ornitología iba a impartir la tan esperada conferencia. A la mañana
siguiente todo estaba preparado en el salón de actos, megafonía, traducción
simultánea, equipo audiovisual y todo el protocolo funcionando. Durante un mes,
el equipo de comunicación de la universidad se había encargado de dar a conocer
la convocatoria del acto, resaltando, para los ajenos a la materia, el papel de
eminencia mundial del conferenciante.
No podía fallar, pues, el afamado ornitólogo, y no lo
hizo. Allí estaba clavado el día señalado y a la hora convenida. Tras el
recibimiento por el rector, el decano de la facultad y todos los miembros del
departamento de zoología, la comitiva procedió a entrar en el escenario en el que
ocuparía la próxima hora y media. La primera fila de asientos estaba copada por
todo los mandamases de la universidad, y el resto del extraordinario salón de
actos se encontraba… prácticamente vacío. Ni siquiera asistieron todos los
estudiantes de la asignatura de ornitología, ya de por sí minoritaria en
alumnado. El catedrático del departamento sintió un intenso rubor en su rostro,
que de inmediato se contagió al resto de compañeros y súbditos. No tuvieron la
previsión de hacer el típico llamamiento obligatorio para los estudiantes de
otras asignaturas, que al menos garantizara un numeroso grupo de bultos con
ojos y oídos.
El afamado doctor impartió, como siempre, una conferencia
magistral, en la que avanzó algunos de los últimos hallazgos ornitológicos en
la Antártida, y adelantando cómo será la ornitología del futuro. Todo un lujo.
Sin embargo, Wooldrook, acostumbrado a escenarios abarrotados, demostró su
categoría y no dijo ninguna palabra a los organizadores sobre la pírrica
asistencia. Cogió su avión de regreso a las antípodas y se prometió, en el
silencio que le dejaban los motores, no
regresar jamás a una universidad con tan poco interés en el conocimiento.
PD: ¿Te suena?